miércoles, 22 de febrero de 2017

¿Qué hay más allá?

Aun recuerdo aquel día, yo apenas era un chico. Además, era navidad. Recuerdo las luces de mi vecino de enfrente, eran tan brillantes, los diversos colores, y el sin fin de adornos, como me encantaba el Santa Claus que adornaba el techo. Vi desde mi ventana como ellos disfrutaron de una buena cena, los vi tan felices, tan llenos de…, de vida. ¿Cómo sé lo que hacían mis vecinos? Sencillo, yo los observaba desde mi ventana. ¿Por qué un pequeño niño espiaba a sus vecinos en vez de celebrar tan hermosa festividad? Eso también es fácil de responder. Yo prefería ver lo que estaba más allá de mi ventana que ver la trágica escena de mi familia reunida alrededor de un ataúd.
Uno de mis seres queridos falleció a horas de la madrugada, fue una trágica noticia para todos, en especial para la persona que durmió junto al muerto por más de dos horas. Cuando recibí la noticia me dolió, pero luego me pregunte, ¿como se habrá sentido esa persona al despertar y lo primero que vio fue un cadáver? Trate de hacerme esa idea, ¿Se lo imaginan, dormir plácidamente y al despertar encontrarse con que aquella persona que tanto amas, esta muerta? Yo me hice esa pregunta, me aterro hasta el fondo de mi ser, pero claro, yo era solo un chico, un chico tan pequeño que puede temerle hasta su sombra.
En par de ocasiones mi madre me pidió que me acercara al ataúd para ver al fallecido y mostrar mis condolencias, pero yo no quería hacerlo por dos razones, 1) yo era tan pequeño que no alcazaba a ver el muerto y, 2) me daba miedo. Como todo niño que siente miedo a un muerto, pensaba que esté se levantaría de donde estaba y me comería. Tan sola la idea de acercarme me aterraba hasta los huesos, ver a esa persona que tantas veces me hizo reír ahora solo era un cuerpo inanimado, sin conciencia, sin alma. Así que por esas razones preferí seguir pegado a la ventana.
Debo admitir que estar en la ventana tampoco fue una buena idea, desde ella podía ver a las personas en la calle. Podía ver como ellas reían y disfrutaban de la fecha, mientras yo me encontraba encerrado en una casa porque dada las fechas era muy complicado que todos pudieran llegar a una sala de velatorio a despedir el muerto. Una vez que te detienes unos segundos a pensarlo te das cuenta de lo absurdo que puede llegar a ser todo. Vi a familiares los cuales no veía en años, se presentaron solo para ese momento, una supuesta despedida de un ser que todos extrañaremos, pero de ser así, ¿Por qué solo aparecen cuando esa persona ya no esta? ¿Dónde estuvieron cuando esa persona aun seguía en este plano terrenal? Así que todo aquello no era una simple despedida, era más un compromiso moral que un acto de solidaridad familiar.  
Luego de constantes insistencias de mi madre me acerque al cuerpo, pero como mencione anteriormente, yo no llegaba a verlo. Pero un generoso familiar, uno de fuertes brazos tuvo la amabilidad de levantarme lo suficiente para ver al fallecido. Y ahí lo vi, con los ojos cerrados, piel pálida, sus dedos largos y huesudos, con su rostro demacrado. Lo mire fijamente, me llene de miedo al pensar nuevamente que se levantaría y me arrastraría con él, pero… ¿A dónde?
 Nunca alguien había tenido la molestia de explicarme a donde iban aquellos que partían de esta tierra, así que decidí averiguarlo por mi cuenta.  
Aprovechando que nos quedaríamos en la casa, ya que era muy tarde para ir por la calle, tome la decisión de inspeccionar el cadáver hasta descubrir a donde iban los que perecían. Pero para tal experimento debía esperar a que todos estuvieran durmiendo, solo así no me interrumpirían y yo podría actuar con plena libertad.
Durante las horas que espere luchando contra el sueño, me imagine lo que podría ocurrir. Lo principal que me imaginaba seguía siendo eso que ya les he mencionado anterioridad, que el muerto se levantara. Otra de mis hipótesis trataba que el espíritu de esa persona se me presentaría ante mí, ahí me pregunte, ¿estando en ese estado me recordara? Una pregunta sencilla, pero una respuesta altamente difícil de responder, ya que nadie sabe que ahí después de este mundo y no hay alguien que pueda dar pruebas. Eso me aterraba, el pensar que esa persona no me recordara y me persiguiera por toda la casa, atormentando a un pobre niño.
La habitación que me asignaron se ubicaba al final de la casa, mientras el ataúd se encontraba en la sala, así que para llegar hasta el debía pasar primero por un extenso pasillo. Un pasillo que recuerdo muy bien. Recuerdo tan claramente la longitud de ese pasillo, como lo único que lo iluminaba era la luz que entraba por la ventana de la sala; recuerdo como mi cuerpo se paralizo cuando vi lo que tenia que recorrer, aun no entiendo como un pasillo de cinco metros podía lograr que mi piel se erizara, mi corazón latiera tan fuerte que incluso podía escucharlo, sentía un escalofríos que empezaba donde termina mi columna y terminaba en mi nuca, un escalofríos tan intenso que se sentía como si alguien respirara detrás de mi, aun recuerdo ese miedo que sentía, que me hacia pensar en volver a la cama y cubrirme hasta la cabeza con la sabana. Si eso era así con tan solo un pasillo, ¿Cómo seria cuando estuviera junto al cadáver?
Fui valiente y di el primer paso, pero el miedo me tentaba a regresarme, aun así seguí avanzando. Después de varios pasos me movía por inercia, ya no podía devolverme, sin olvidar que sentía como si alguien me observara, temía voltear y encontrarme con algo que no me agradara. Mi cuerpo se sentía como si estuviera presionado, incluso temblaba del pavor que sentía. Una vez que llegue a la sala mi cuerpo no se alivio, la poca luz que entraba por la ventana daba de lleno al ataúd, el cual se encontraba abierto, solo debía mover una de las sillas y podría enfrentarme a los que me estaba causando tanto miedo.
Y ahí estuve, frente a frente, mirándolo a sus ojos cerrados, el muerto y yo. Un cuerpo tieso, incapaz de mover un musculo, al cual se lo comerán los gusanos, estaba ahí bajo mis narices sin hacer nada. Fue ahí cuando me pregunte, ¿esto es a lo que le temo? Estuve observándolo por más de cinco minutos y nunca movió un musculo, la presencia que sentía había desaparecido, ¿entonces que era? Así que hice lo imaginable, una completa locura para alguien de mi edad. Me acosté debajo del ataúd a esperar que algo sucediera.
Podía sentir el frio del suelo en mi nuca y el dorso de mis manos al estar acostado viendo el ataúd. Lo único que podía escuchar era el sonido del viento al pasearse por el extenso pasillo. Puedo jurar que en algunos momentos lo escuche como pasos, lo que hizo que me adhiera más al suelo. Sentía miedo, no tan solo por dormir a los pies de un muerto, por estar a horas de la madrugada en la sala sumergido en la oscuridad, mi mayor miedo era el no saber que podía pasar. Eso, eso es lo que más me aterraba, la incertidumbre de no saber que me podía suceder estando en ese lugar. El muerto no se levantaba, ni mostraba algún indicio de que lo fuera a hacer, no aparecía su espíritu ni el de nadie, los objetos no se movían, no se escuchaban sonidos extraños, no ocurría nada, entonces, ¿a que le temía?          
Fue ahí cuando lo comprendí mejor, el cadáver no se reanimaría ni intentaría atacarme, su espíritu tampoco me aparecería a atormentarme, nada de eso ocurriría ya que él estaba muerto. Luego de sacar esa conclusión me pregunte, ¿Qué hay después de la muerte? Lo pensé y pensé por mucho tiempo, ¿Qué me ocurría luego de morir? ¿A dónde iría? ¿Podre volver en forma de fantasma, y si lo hago tendré conciencia de eso? Tan solo de pensarlo me aterraba, me di cuenta que mi mayor miedo no eran los muertos, mi mayor miedo era la muerte. No ese ente maligno con hoz que se lleva a las personas, me refiero a la muerte, el fin de la vida.
Los muertos, los fantasmas, los monstruos, la oscuridad, todos ellos dejaron de causarme miedo, ahora mi miedo era otro. Deseaba mantenerme niño por siempre y así nunca llegar a la vejez, el paso más cercano a la muerte. Pero me detuve a pensar, no solo se llega a la muerte por vejez, existen diferentes maneras de llegar a ella. Podría morirme de enfermedad, podría morir al caer de las escaleras o en el baño, mi muerte podría llegar por culpa de un conductor despistado, o incluso una bala perdida. La muerte esta en todas partes, nos rodea con sus brazos. Podemos correr lejos de ella, aun así seguirá siendo imposible escapar de ella.      
Permanecí acostado en el suelo, tener un cadáver arriba de mí ya no me aterraba, me aterra terminar como él. Encerrado en una caja de madera, inerte, sin vida, ya nunca más volver a abrir los ojos. Aunque estar en ese estado no era el mayor de los horrores, el no saber que ocurría con mi alma era lo que me atormentaba. ¿A dónde iría a parar? ¿Qué sucedería? ¿Acaso una vez que falleciera todo acabaría? La vida es un simple intervalo de tiempo efímero en la eternidad, tan corta como un suspiro, tan rápida como un parpadeo, y tan fugaz como un rayo de luz.
Fui encontrado cuando salieron los primeros rayos del alba. Al igual que el cadáver, yo también me encontraba en un estado de petrificación, no podía mover ni un musculo. Todos creyeron que dormir debajo de un ataúd causaría semejante trauma, aun más cuando eres tan pequeño y, según ellos, no conoces nada de la vida. Para mí, son ellos los que no comprende nada, la vida esa tan fácil de conocer, tienes un promedio de 80 años para conocerla, cosa que solo te tomara un cuarto de tiempo de ese promedio. En cambio la muerte no tiene un promedio, no hay estudios, no hay nada. Una vez que mueras todo acabara, pero, ¿y si no acaba ahí? ¿Qué tal si hay algo después de está? Y si lo hay, ¿Qué ocurre?
 Mi madre me abrazaba y acariciaba mi espalda mientras susurraba a mi oído que todo estaría bien, que pronto todo pasaría. No puedo estar más de acuerdo con ella. Me gustaría decir que todo acaba aquí, pero no es así. Aun falta el cementerio.
Aquel supuesto lugar de descanso para nuestros cuerpos, el lugar donde descansaremos por toda la eternidad. Ya después que sabes que tu cuerpo se empieza a descomponer y será comido por los gusanos te das cuenta que tu cuerpo no descansa eternamente, simplemente descansa momentáneamente. Lo que mayormente descansa son las cajas que se entierran. Y en ese lugar si que había muchas.
Sin importar a que dirección mirase, lo único que se podía ver infinidades de tumbas, millones de cajas enterradas, sin fin de epitafios en lapidas, innumerable personas que habían partido a un plano astral. Ese día yo presencie el descenso de un cuerpo más, en ese momento pensé que dentro de unos años yo también descendería a la tierra. Y no solo yo, también lo harían aquellas personas que se encontraban conmigo en ese lugar. Sin importar que tan bien cuidaran su salud, comieran adecuadamente, hicieran ejercicios, fueran alegres o amargados, gentiles o egoístas, todos y cada uno mordería el polvo.
Llore, llore sin cesar, mis lagrimas tibias recorrían mis mejillas. Como era de suponerse, todos pensaron que mis lagrimas eran causa de la tristeza de perder a un ser tan allegado, pero no era así. El origen de mis lagrimas venia por pensar que yo terminare igual, en un futuro yo también seré encerrado en una caja que cuidara mi cuerpo por cierto tiempo. Eso por un lado, aun estaba el hecho de no saber que me depara después que deje este mundo, a pesar de lo mucho que he investigado sigo sin respuestas, sigo sin la menor idea de que hay más allá.
Mi querida madre me abrazo fuerte, lloraba conmigo, claro que nuestros llantos eran por diferentes razones. Levante mi mirada para ver su cara, vi como las lagrimas caían de sus mejillas, y por varios minutos pensé que pronto la vería a ella partir lejos de mi. Después de eso solo la pude imaginar como un esqueleto con la ropa de mi madre abrazándome. Vi a los demás presentes, y al igual que mi madre, ellos también se volvieron esqueletos para mí, porque al final de cuentas todos terminaremos igual.
Mire mis manos, primero piel, luego gusanos comiéndosela dejando un esqueleto, yo también terminare igual que ellos, después de todo, nadie escapa de la muerte. Ni tú, ni el que tienes a tu lado, ni esa persona en la que estas pensando, ni yo, escaparemos de la muerte y de su incomprendido misterio. Ahora solo debo preguntarte una cosa:
¿Qué hay más allá?